Vivimos en la era digital. Ya no acumulamos cajas de zapatos llenas de impresiones para sacarlas y compartirlas con las generaciones más jóvenes. Ahora, la manifestación visual de nuestros recuerdos, nuestras fotografías, abarrotan nuestros teléfonos, discos duros y almacenamiento en la nube. La mayoría nunca volverán a ver la luz del día; se quedan para siempre atrapadas en el ciberespacio, acumulando polvo digital.

En el 2020 se cumplen 30 años de la primera cámara DSLR disponible en el mercado: la DCS 100. Puede que solo tuviera un sensor de 1,3 megapíxeles y pudiera almacenar 32 imágenes en su memoria RAM de 1 MB. Puede que solo tuviera un sensor de 1,3 megapíxeles y pudiera almacenar 32 imágenes en su 1 MB de RAM, pero fue el comienzo de la revolución de la imagen digital.

Desde el lanzamiento de la DCS 100, la tecnología ha mejorado año tras año. Hoy en día, no es raro utilizar una cámara con un sensor 40-50 veces mayor que el de aquella primera DSLR. Almacenamos terabytes de información a la vez, y no se nos ocurre tomar una ráfaga de 10 o más imágenes en un solo segundo. Cada año, el almacenamiento de datos es más barato, y lo consumimos a un ritmo astronómico.

Un poco de historia: la DCS 100 contaba con un respaldo personalizado para el sensor de imagen digital, que se montó en el cuerpo de una Nikon F3 y fue lanzada al mercado por Kodak.

En los últimos 30 años, la forma en que almacenamos nuestros datos ha evolucionado tanto como nuestras cámaras. Hemos pasado por discos duros, disquetes, CD, USB y SSD. Hoy en día, muchos de nosotros pagamos por almacenar miles de imágenes en la nube.

En los años 70, Gordon E. Moore, cofundador de Intel, dijo que la tecnología se duplica cada dos años. Es una regla empírica que se ha mantenido durante los últimos 40 años y se aplica tanto al desarrollo de las cámaras DSLR como a la forma en que almacenamos nuestras imágenes digitales. 

Cuando almacenamos nuestras imágenes en formato digital, asumimos que nuestros teléfonos y tabletas siempre podrán mostrar imágenes JPG. Suponemos que no se quedarán en la historia y serán sustituidos por una tecnología más moderna. Y suponemos que la "nube" siempre estará ahí para salvaguardar nuestras imágenes. Tal vez parezca una locura, pero con lo rápido que va evolucionando la tecnología, esto es una posibilidad. Hoy en día, nuestros iPhones capturan imágenes en directo en formato HEIC, en lugar de JPG. Con esta nueva tecnología de compresión, los archivos JPG pronto podrían unirse a las cintas y los disquetes en el exilio tecnológico. 

Resulta casi irónico que almacenemos nuestros archivos digitalmente para asegurarnos de que siempre estén disponibles, siempre accesibles y nunca se pierdan. Sin embargo, parece que el almacenamiento digital nos causa más dolores de cabeza y nos hace perder más archivos que la impresión. Probablemente, aún tengamos cajas de zapatos llenas de imágenes de cuando éramos niños. Sin embargo, muchos de nosotros hemos pasado por el doloroso proceso de perder fotos preciosas. Aunque hemos aprendido a tener cuidado con las copias de seguridad, y las copias de seguridad de las copias de seguridad, nuestros clientes no siempre son tan cuidadosos.

Nuestros clientes suelen almacenar sus imágenes en un único lugar. Pueden estar en un disco duro, en el USB grabado de su boda o en la nube. Lamentablemente, la tecnología falla y aunque parezca sorprendente, lo hace con frecuencia. De hecho, en un estudio realizado en 2013 por Backblaze, una empresa de almacenamiento online, se descubrió que el 22 % de los discos duros fallan después de solo cuatro años. Estas fallas pueden deberse a problemas mecánicos, al uso excesivo o simplemente a un problema aleatorio.

Muchos fotógrafos venden álbumes de fotos y productos impresos para aumentar sus ingresos por cada cliente. Aunque a veces parezca difícil de vender, imagina cómo reaccionarían si les explicaras lo temporal que es la tecnología. Imagínate que les dijeras a tus clientes que no podrán ver sus imágenes en su quinto aniversario de boda porque les ha fallado el disco duro. Imagina que supieran que en su décimo aniversario de boda, su precioso USB ya no podrá utilizarse porque los USB están obsoletos. Imagina que les dijeras que dentro de 15 años tendrán que pagarle a un especialista para que convierta todas sus imágenes porque los archivos JPG ya no son compatibles.

En comparación con la tecnología, los libros han permanecido prácticamente inalterados durante años. El rápido ascenso de los libros digitales se está ralentizando: sí, siguen creciendo, pero a un ritmo cada vez más lento cada año. Mientras tanto, el 86 % de todos los beneficios de la venta de libros en EE. UU. el año pasado fueron de ediciones de tapa dura o de bolsillo. Y son los millennials los que están popularizando la impresión: El 63 % de las ventas de libros físicos corresponden a menores de 44 años.

El acto de pasar una página física es táctil y misteriosamente personal. Es una sensación muy simple, pero que los medios digitales nunca podrán reproducir.

En 2009, The New Yorker publicó una edición de ficción en cuya portada aparecía un alienígena rodeado de las partes de una computadora. Está leyendo un libro, lo único que todavía "funciona". Aunque la imagen puede haber sido creada como una broma o como un comentario sobre la sociedad cuando la tecnología nos falla, no puede estar más cerca de la verdad.

The New Yorker, junio de 2009 - portada de su edición de ficción.

Para la mayoría de la gente, la razón principal para imprimir siempre será disfrutar de esa sensación maravilla que tiene lo táctil, el poder hojear un libro con bellas imágenes. Pero además, la impresión como método de conservación es la mejor razón para rodearse de hermosos libros llenos de recuerdos preciosos que se transmitirán en los años venideros. 

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